Se suele decir que escuchar conversaciones ajenas no es de buena educación. Aunque a veces resulta inevitable. El otro día, durante el descanso, dos profesoras, una de inglés y otra de español intercambiaban impresiones sobre los entresijos de dar clases de lengua extranjera. Una de sus afirmaciones me llamó mucho la atención: “Una de las cosas buenas de dar clases de idiomas es que los idiomas no cambian nunca.”
Así justificaba la profesora de español que la clase y el material que había preparado ya le servían para toda la eternidad. Estuve tentado de intervenir, pero consciente de que algunos debates pueden resultar tan estériles como intentar mover una roca mucho más pesada que uno mismo, me mordí la lengua y empecé a pensar en ello.
La gran inversión de tiempo que hacemos la primera vez al preparar una clase, la reflexión y la elaboración influyen notablemente en la calidad de la clase. Por desgracia, el éxito no siempre está garantizado. ¿Quién no se ha pasado horas adaptando textos y preparando actividades que creía buenísimas y que después no han acabado de funcionar en clase?
Por eso, es lógico que cuando hemos creado una secuencia que funciona, con actividades y dinámicas que estimulan al estudiante a aprender y asimilar el contenido, le saquemos el máximo provecho a nuestra inversión. Sobre todo teniendo en cuenta que el trabajo de preparación de las clases en el sector suele remunerarse únicamente con la satisfacción personal del trabajo bien hecho, es decir, sin dinero. Además, la experiencia nos permitirá ir incorporando pequeños cambios y modificaciones para mejorarla todavía más.
Ahora bien, teniendo en cuenta que el mundo en el que vivimos cambia día a día a una velocidad de vértigo, ¿uno se puede quedar tan ancho afirmando que los idiomas no cambian y que el material es imperecedero? Solo hay que coger un libro editado hace unos años para darse cuenta de que el material envejece al mismo ritmo que nosotros: “revelar fotografías”, “discman”, “Rivaldo”…
Hoy en día las fotos son digitales y después de descargarlas las colgamos directamente en Facebook y no en la pared. Casi nadie escribe un diario, la mayoría tiene su blog. Podemos escuchar música en el móvil, sin tener que recalcar que nos referimos al teléfono. Los estudiantes extranjeros piensan que tutear significa escribir en Twitter y ríen al descubrir que no, que eso es tuitear. Y ya nadie se acuerda de Rivaldo, pero todos conocen a Messi.
Quizás el pretérito perfecto nos sobreviva o los usos del subjuntivo no cambien de la noche a la mañana, pero que uno no quiera moverse no significa que la Tierra haya dejado de girar.